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Vivir entre montañas… hace que te tomes la vida de otro modo, sobre todo si vives a la sombra de los Picos del Oso.

Logo el Patio de las Flores en Riópar

El sol penetra por la ventana invitándonos a salir fuera, parece más una tarde primavera que el nostálgico día de invierno que nos ocupa evocando la nieve. Decidimos salir a pasear sin rumbo…, cualquier camino es bueno para disfrutar del paisaje en Riópar.

Cruzamos las vegas entre sombras discontinuas…, sarpullidos de árboles y arbustos nos saludan,  esos que cuanto más podan con más fuerza rebrotan y más acentúan su frondosidad. Grupos de gente van y vienen…, por algún motivo hemos coincidido en nuestro plan de ocio de hoy.

A lo lejos, a los pies de los picos del oso avistamos  el Lugar Nuevo, con sus dos habituales figuras humanas. Me cuesta enfocar su perfil, pero sí, es ella…, una mujer a la que no me unen  lazos de sangre pero con la que me siento bastante identificada a pesar del tiempo que nos separa y nuestros, tan diferentes, modos de vida. Ahí está…, con sus  brazos en jarra y posición de habernos visto,  juiciosa y cauta, maleada por la existencia y adaptada con éxito a los cambios terrenales…, incansable…, diciendo que  aún no quiere irse, porque le queda mucho por hacer… y porque está empeñada en convertirse en Patrimonio de la Humanidad dentro de cuatro años. Yo de mayor quiero ser como ella.

Sin aviso previo los niños corren cuanto pueden hacia ella para ser recibidos con los brazos abiertos, con mucho cariño y una gran sonrisa.

Como siempre me dirige un “queeeé!!” prolongado a modo de saludo y me regala dos besos. Sin dar explicaciones de ningún tipo se vuelve a su cortijo…

Al cabo de unos minutos sale de nuevo con cara divertida, soga y espuerta en mano; mira una y otra vez el serijo de goma y no le convence demasiado…, pero alega en defensa de su elección que el esparto pincha.

Se suma de nuevo al silencio mientras camina despacio hacia la chopa…; ni corta ni perezosa hace uso de su ingeniería y compone una atracción infantil; nos invita a subir, no sin antes haber sometido el invento a su peculiar plan de calidad…

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Todos nos divertimos mucho… sin ningún tipo de complejo.

Pese a todo hay quien se aburre…

Con un gesto cómplice y sin mediar palabra me invita a ir una puerta más allá, mientras coge a uno de sus biznietos de la mano y lo aparta del grupo para que se siente con nosotras frente al calor del humero en su cocinilla, su elección no ha sido al azar.

Las conversaciones cordiales sin aparente intención se prolongan…, relatos vividos, anécdotas cargadas de metáforas simpáticas contadas para enseñar a través de la retrospectiva histórica de los años 30; bien distintas debieron ser  las cosas por aquel entonces…, aun adornando el relato con dulces y divertidas experiencias… deja un cierto sabor amargo.

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El silencio se hace de nuevo…, el niño se levanta …, la mira con admiración y profundo respeto para  abrazarla después invadido por la emoción; tal vez agradecido por haberle mostrado que existen formas de vida más áridas.  Ambas nos miramos secuaces y damos la batalla por ganada.

No puedo evitar que los ojos se me empañen al mirarla…, pues tengo ante mí una luchadora que también fue niña, con una visión actualizada de la vida, que sabe adaptarse a los tiempos y transmitir valores a través de la sonrisa…, y que además, se siente esencialmente joven.

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Dedicado a todas las personas…, a las de hoy y a las de ayer, porque sin ellas nuestra realidad no sería posible.

 

Autora: MariCarmen Jiménez Rodríguez

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