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Hojas que danzan... al son del viento que silba alto, gélido y seco, su pureza anima a las hojas en su interpretación de bailarinas alocadas...,  se caen y se levantan al compás de su música..., empeñadas en acariciar  los cuerpos de los transeúntes que pasean entre los árboles centenarios teñidos de ocre, guardianes indiscutibles del Paseo de los Plátanos. Camino contagiándome de sus contonéos; alzó mis brazos e intento seguirlas en vano. Cruzo la travesía y me apresuro a contracorriente por la calle que se abre paralela al arroyo del 9, que no duda en sumar su leve rumor a los acordes del viento. ¡Ahí están ellas! Inmensas, calladas y discretas ..., las más longevas de España..., las que antes alimentaron a la multitud y ahora son ahogadas por el entorno que ellas mismas parieron...,sí, ... las fábricas de bronce, las eternas Reales que pasan desapercibidas ante la mirada de los visitantes que llegan a Riópar, siempre atraídos por el exuberante verdor de las interminables montañas que enmarcan el municipio. Me asomo al abismo de sus luminosas galerías provistas de tragaluces y ventanas carcomidas sujetas en techos, paredes y armazones manchados de gris..., parapetos que limitan con los patios encarcelados, donde ya no quiere entrar el sol. Dejo escapar mis pasos por el cemento desgastado donde yacen las reliquias industriales musealizadas con pequeñas esquelas que dan detalle de lo que vemos. Reviso algunas de sus estancias  congeladas donde se exhiben libros dilatados, contables mudos de pergamino grueso, manuscritos intachables que se adelantaron a la máquina de escribir que descansa aburrida en el escritorio, cerca de la chimenea. Su laboratorio..., bien organizado..., repleto de pipetas, probetas, tubos de ensayo..., frascos de cristal vasto que atesoran pócimas caducadas, nacidas de fórmulas bien pagadas y secretas en tiempos pretéritos. Vuelven las hojas… Ahora son jinetes de tropas imperiales que descargan su ira contra los frágiles y resquebrajados vidrios traslúcidos que filtran la luz. Pregunto por mi paraguas rojo…, olvidado aquí tras la última nevada en febrero del año pasado. Un brazo amable y honesto se extiende y me devuelve lo que fue la excusa de mi visita. Me asomo a la calle y procedo a desandar mis pasos... Entre los rústicos y casi desnudos ramajes distingo a los autores del griterío que contribuye al bullicio propio de una escena de niños en un parque a las  puertas de la navidad, ... sombreados por el fantasma del comedor social de la fábrica que un día fue. Dejo a mi espalda  las naves recostadas en la memoria de unos pocos, adormecidas en el anhelo de otros, y resignadas, por la fuerza, al olvido,  mientras ... se entretienen con la nana que interpreta  el viento para acunar las hojas que han desistido de su danza.
La danza de las hojas, el Paseo de los Plátanos, las fábricas de bronce, motivos que justifican una visita a Riópar, y redescubrir su historia.